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Cuenta una historia ...






Cuenta una historia que el rey de una corte élfica estaba enamorado de Elena, una joven mortal terriblemente bella, pero había un inconveniente a este amor, la joven estaba casada. Durante un tiempo el rey la sedujo sin contemplaciones, hasta lograr convencerla. La muchacha esperaba el momento de poder escapar con su amante, olvidando los deberes contraídos con su marido. Una noche el rey élfico se presentó a las puertas de su casa:
-¿Qué quieres? - preguntó el marido al joven apuesto que golpeaba su puerta.
- He pensado que querrías jugar al ajedrez conmigo, me han dicho que no hay jugador mejor que tú en estas tierras.
Las falsas adulaciones convencieron al incauto marido, que permitió que aquel hombre entrara en su casa. Jugaron una primera partida y el rey se dejaba ganar. Viendo que la partida le era favorable a su adversario le propuso una apuesta, quien ganara le regalaba al otro cincuenta de sus mejores caballos, y así lo hicieron. Como era de esperar ganó el mortal, que se alegró de recibir cincuenta corceles de raza.
A la noche siguiente de nuevo dos golpes sonaron en la puerta, más rápido corría el infeliz soñando con otra victoria. Comenzó la partida. Primero iban igualados, pero cayó una torre que abría grandes expectativas al mortal.
- ¿Hagamos una apuesta? - dijo el rey, y el mortal no podía aguantar la risa creyendo en la ingenuidad de su rival.
- De acuerdo. Esta vez la apuesta la hago yo. Quien venza entregará a su adversario cincuenta de sus navíos.
- Me parece buena apuesta- dijo el rey élfico.
Esta vez trató de aguantar un poco más la partida, pero finalmente dejó caer el rey de sus piezas. Había ganado de nuevo el mortal.
Por tercera noche unos nudillos golpeaban la puerta.
- Esta noche vengo por mi revancha. Me he estado entrenando - dijo el rey élfico- quien venza esta noche elige su premio.
El hombre no podía caber en sí de gusto. Empieza la partida. Primero parecía que era clara la ventaja del marido, pero una celada inteligente le hizo perder toda ventaja. Caen nuevas piezas, un caballo, un álfil, otro peón. La partida continúa. Pero de pronto, ¡zas! no se lo creía el hombre, su reina caía en una trampa mortal que dejaba solo a su rey. El hombre sentía rabia de haberse dejado confundir de esa manera.
- Bien, has ganado, ¿cuál es tu premio?
- Quiero a la mujer que tienes por esposa.
Se acercó a ella, la rodeó con sus brazos y desapareció con ella.
 
TIC TAC  
 
 
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